CONTRAFUEGO … Columna del periodista Aurelio Ramos Méndez – mayo 2

Traidores a la patria, todos

Es triste y en apariencia injusta generalización, pero también una verdad incontrovertible: por acción u omisión, traidores a la Patria somos todos los mexicanos.

Tan deplorable conclusión surge del simple ejercicio de observar nuestra actitud cívica frente al cúmulo de problemas que han retrasado el desarrollo y por consiguiente debilitado el país.

Si la nación se halla en condiciones de vulnerabilidad frente al acoso del exterior eso se debe, sí, a las acciones antipatrióticas de modernos y despreciables polkos y la inveterada docilidad de nuestros gobiernos.

Pero, asimismo, a la conducta de una sociedad que soslaya la parte de responsabilidad que le corresponde y suele lavarse las manos frente a sus compromisos democráticos.

Conviene señalarlo hoy que la clase política en su conjunto, de oposición y gubernamental, ofrece el deleznable espectáculo de utilizar el epíteto “traidor a la patria” como arma arrojadiza para desacreditarse unos a otros como si alguno estuviera libre de culpa.

Botón de muestra de la consunción de la Patria por la acción u omisión de todos son los efectos de la muy extendida corrupción, gangrena sin la cual seríamos un país económica, política e institucionalmente menos atrasado y más resistente a los embates foráneos.

Si el repulsivo Donald Trump intenta hacer de México el trompo de castigo en sus jolgorios electorales, eso se debe a que los mexicanos todos, incluidos quienes le atribuyen servilismo a nuestro actual Jefe del Estado, hemos fragilizado la nación mediante práctica ilegales.

Si Joe Biden le chasquea los dedos a nuestras autoridades, apremiándolas a hacerle el trabajo sucio en el rubro migratorio, los ciudadanos no podemos soslayar la dejadez, o peor aún, nuestra participación activa en tales práctica ilícitas.

Y si hasta el insolente gobernador Greg Abbott planea declarar una “invasión” a Texas –territorio robado a México— pretextando la creciente llegada de migrantes, con objeto de arrogarse poderes de guerra, debemos reparar en nuestra tolerancia a los corruptos.

El Presidente López Obrador ha observado frente a nuestros poderoso vecino una actitud prudente pero, ciertamente, no gallarda ni digna, aunque sí menos blandengue que la de sus antecesores.

Se antoja por ello pueril la actitud de la hipersensible oposición que, aconsejada por el exministro de la Corte José Ramón Cossío y el escritor Héctor Aguilar Camín, intenta enderezar en contra del mandatario la normatividad sobre traición a la Patria.

Hace el ridículo porque toma como la voz de Dios los dichos del magnate de los cabellos anaranjados.

Dichos como aquel de que, a punta de gritos y amenazas, consiguió doblar a Amlo, el cual dio pie para insólitos, reveladores comentarios, entre estos los de la columnista Denise Dresser que no tuvo empacho en mostrarse experta en dobladas.

Se ven mal en su hiperestesia los adversarios del gobierno porque pierden de vista que les calza perfecto el epíteto de traidores a la patria.

Del mismo modo que tal calificación les encaja perfecto a los funcionarios, legisladores y políticos de Morena, y en general a todos los mexicanos.

“La solución somos todos”, rezaba el atinado y democrático lema de campaña de José López Portillo, que la malicia popular trocó por el aún más ingenioso y atinado de “La corrupción somos todos”.

Aceptémoslo. Si la solución para los problemas de finales de los 70 estaba en manos de todos, la corrupción de algún modo ya salpicaba también a la totalidad de los mexicanos.

Valga el parangón con lo que por aquellos mismos años ocurría en Colombia con el descomunal problema de la economía subterránea generada por el narcotráfico.

El entonces dirigente de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras y a la postre presidente de aquella nación, Ernesto Samper, levantó polvo al señalar que de dicha economía participaban, de manera voluntaria o involuntaria y por acción u omisión, todos los colombianos.

Con hipocresía sus adversarios lapidaron a Samper, pero era cierto: calladitos se beneficiaban de los dineros calientes hasta los aficionados que presenciaban partidos de equipos financiados por narcos.

Calca al carbón de aquella realidad es lo que ocurre ahora en México. La corrupción ha permeado a todos los estamentos sociales y dejado exangüe al país.

Otro gallo nos cantaría sin las ilegalidades respecto a las cuales, con escaso patriotismo, los ciudadanos del común hemos optado por sacarle el cuerpo a las responsabilidades.

Se necesitaría enorme descaro para negar que clasifican como traición a la patria los efectos perniciosos que sobre el desarrollo tuvieron los fraudes electorales de 1988 y 2006.

Aquellos despojos del poder político modificaron los derroteros de México en sentido contrario a la voluntad popular. Y por esa ruta acabaron por retrasar el progreso, profundizar la desigualdad, agudizar la corrupción y, en suma, debilitar el país.

Causa desazón constatar que los problemas de hoy, en todos los rubros, son los mismos que ya eran patentes hace medio siglo, en tiempos Luis Echeverria o López Portillo. 

Y, frente a esta situación, los integrantes del Congreso en pleitos de verduleras… 

Desde la tribuna de la Cámara baja diputados de Morena –tan deslenguados como los de oposición e igualmente amparados por el 61 constitucional– llamaros a sus adversarios traidores a la patria.

Los destinatarios del calificativo lo tomaron a pie juntillas, y, lastimeros, corrieron a lloriquear sobre la mesa ministerio público.

Actitud plañidera que junto con el esfuerzo por enderezar las baterías en contra del Presidente, indujo a los morenistas escalar su arremetida.

Anunciaron masivas e improcedentes denuncias judiciales en contra de los 275 diputados que en el debate de la reforma eléctrica sirvieron no los intereses de México sino de las empresas extranjeras.

El comal y la olla. Traidores contra traidores. 

BRASAS

Acabado ejemplo de disposición al diálogo y el acuerdo dio la oposición ante la iniciativa de reforma electoral presentada por el Ejecutivo Federal. Aun sin conocerla, anticipó: “¡no pasará!”.

Asomó la oreja el burro. Quedaron claras las razones de Alejandro Alito Moreno, Rubén Moreira, Marko Cortés, Jesús Zambrano y compinches.

Están que no los calienta ni el sol porque por fin nuestra política podría dejar de ser el mejor negocio del mundo, las elecciones barriles sin fondo y los partidos empresas electorales mangoneadas por sus líderes.

En buena hora el proyecto plantea la eliminación de la representación proporcional en el Congreso, resquicio por el cual los dirigentes partidistas les regalan escaños y curules a cónyuges, novias, compadres, cómplices, incondicionales.

Ni por error puede hallarse en la actualidad a un legislador plurinominal genuino representante de las minorías civiles, aquellas para las cuales fue creada tal figura.

Y en buena hora los partidos dejarían de recibir una montaña de dinero público, federal y local, en una batería de cajones que incluye conceptos de lo más extravagantes.

Por ejemplo, el encargo de la educación cívica y el auspicio de ejercicios simplemente justificativos de un gasto desmesurado, como eso de organizar elecciones infantiles para enseñarles a los niños lo que deben aprender en la escuela.

Si a despecho de los presupuestívoros del PAN, PRI y PRD la reforma prosperase, se le dará cristiana sepultura a esa catedral de la partidocracia que es el INE.

Instituto cuyo consejo general –lo saben hasta las piedras—descaradamente se integra con operadores de los partidos y mediante acuerdos en lo oscurito.

Y serán eliminados además los organismos locales electorales, monumento a la duplicación de funciones –y de rebanadas del pastel–creados a instancias del insaciable panismo.

Aunque, en honor a la verdad, la drástica poda de dinero público a los partidos es algo que no respaldan ni siquiera los aliados del gobierno, el PT y el PVEM.

Bueno, no la respaldan ni Mario Delgado y la cúpula de Morena, cuyo apoyo es sólo de dientes para afuera y de quienes cabe esperar un discreto sabotaje al proyecto presidencial en este punto. Veremos.

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Prueba irrefutable de la adicción al dinero por la cúpula del PAN es el anuncio de Marko Cortés relativo a que esta formación política propondrá la instauración de elecciones primarias dentro de los partidos para elegir candidatos a la presidencia.

¿Qué parte de los conceptos “indispensable austeridad”, “no hay dinero que alcance” o “la democracia mexicana es la más cara del mundo” no entiende el dirigente panista? Un enigma.

La propuesta de primarias intrapartidistas esconde una mandíbula gigante reservada para asestarle una descomunal mordida al erario.

Porque las primarias tendrían que ser financiadas por el Estado, con lo cual los contribuyentes pagarían dos elecciones, las destinada a escoger candidatos y las constitucionales.

¡Que los santos nos libren de que el panismo pretenda además la instauración de la segunda vuelta electoral!

Porque, en ese caso, el Estado tendría que descuidar la de por si precaria seguridad, dejar de dar educación, salud pública, becas y pensiones, para abocarse a financiar tres elecciones.

Que alguien le pregunte a Cortés de qué quiere su nieve. Pero, sobre todo, que alguien les pregunte a los ciudadanos si están de acuerdo con semejantes despropósitos.

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¿Farsante o ignorante? Que escoja la diputada Alexis Gamiño, del PVEM, el término que mejor la describa. Porque, ¡vaya que hizo el ridículo en las redes sociales!

Difundió un video en el cual, de entrada, saludó así a sus millones de seguidores: “Hola soy Alexis Gamiño, ahora ex diputada…”.

Informó que días antes había votado en contra de la reforma eléctrica y que “votar a favor de mis ideales me costó ser expulsada de la bancada a la que pertenecía”.

Súbitamente, la exdiputada de los inicios del video recuperó su curul: “Ahora recibo la noticia de que si no me integro a otro grupo parlamentario dejaría de ser diputada”.

Vaya, vaya… ¿En qué quedamos? ¿No había dejado de serlo desde su presentación en el videoclip?

“Por eso les informo que dejaré de serlo antes que traicionar mis convicciones…”, añadió, aludiendo a una injusticia.

No lo sabe o finge no saberlo Gamiño. Por mandato constitucional nadie, salvo el Legislativo y mediante juicio de procedencia, puede despojar de su condición de diputado o senador a un integrante de este poder del Estado.

Los legisladores lo son, formalmente, por mandato popular –se vale reír–, surgidos de un proceso electoral democrático.

En el caso de Gamiño, ella misma develó la incógnita acerca de su ridícula queja. Nadie le quitó su curul.

Sucede que es diputada suplente. La propietaria, Ali Sayuri Núñez Meneses, le prestó su silla una temporada, pero ya regresó. Así lo avisó a la Cámara y la suplente –ni modo– tuvo que irse con su música a otra parte.

Son las reglas. ¿Dónde está la represalia por el voto “a favor de mis ideales”?

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“No tengo madre” fue una telenovela protagonizada hace años por Eugenio Derbez, cuya reedición, por lo visto, inicio la semana pasada. 

Con discutible humor el actor arremetió en contra del Presidente de la República, lo cual no tiene chiste porque es parte de un deporte nacional.

En un video a propósito de su declinación de un debate sobre el Tren Maya, Derbez incurrió en el feo pecado de la soberbia.

Dijo que el mandatario canceló el debate por su anunciada ausencia y porque, en realidad, deseaba una fotografía con él o escuchar de cerca las voces de sus populacheros personajes.

¡Que sea para menos! Derbez no es Kevin Hart por más que en su atolondrada y repulsiva superioridad crea que este humorista estadunidense puede ser su patiño o su achichincle.

En todo caso, todo indica que el refrito de la telenovela del cómico mexicano, a medida que avance la trama, seguirá los veleidosos derroteros de la original. Con los mismos títulos de “ya tengo madre” y “ya valió madre”.

aurelio.contrafuego@gmail.com

 

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