
POLÍTICA EXPRÉS | * Autocracia pasiva: la emboscada gubernamental que buscó vaciar la marcha de la Generación Z
La marcha del sábado 15 de noviembre exhibió la maquinaria silenciosa del poder. Convocada por la Generación Z tras el asesinato de Carlos Manzo, mostró una ciudadanía movilizada y un gobierno decidido a sabotearla. Lo ocurrido reveló una autocracia pasiva operando a plena luz, como advirtieron Alex y Alberto Capella en sus testimonios, publicados en El Universal.
No fue un fracaso ciudadano, sino una operación política para neutralizar una manifestación legítima. Quien crea que la protesta se diluyó espontáneamente desconoce lo documentado por Alex y lo narrado por Capella: el poder fabricó las condiciones para que la marcha perdiera impacto y pareciera débil ante la opinión pública.
Capella, periodista y exfuncionario con experiencia en seguridad, estuvo físicamente en la ruta. Alex, testigo directo, corroboró la misma lógica de sabotaje. Sus relatos desmontan la versión oficial que culpa a “provocadores” y presenta la violencia como caótica. Lo que ocurrió no fue accidental: fue meticulosamente inducido.
El operativo no priorizó proteger a los manifestantes, sino obstaculizarlos. Vallas en forma de “L”, cierres estratégicos y un único acceso funcional por 5 de Mayo crearon embudos y desorientación. Como señalan Alex y Capella, el diseño territorial buscó impedir que el Zócalo se llenara y proyectar debilidad ciudadana.
Ambos describen escenas reveladoras: grupos de encapuchados atacando vallas frente a familias, cohetones que parecían detonaciones, piedras y botellas lanzadas durante horas, y policías que aguantaron sin responder bajo órdenes estrictas. Tras horas de agresión, fueron “liberados” para actuar, generando las imágenes de caos que el gobierno necesitaba mostrar.
El resultado fue previsible: miles de ciudadanos decidieron no entrar al Zócalo o huyeron durante la dispersión. El espacio quedó semivacío, tal como buscaba el poder. Esa fotografía no reflejó la magnitud real de la marcha, sino la eficacia del operativo diseñado, como coinciden Alex y Capella.
Esta estrategia define la autocracia pasiva: no se prohíbe marchar, pero se siembra miedo; no se reprime abiertamente, pero se manipula el escenario para minimizar la protesta; no se censura, pero se controla la narrativa mediante hechos fabricados. Es un autoritarismo técnico, discreto y profundamente cobarde.
En este esquema, incluso los policías terminan siendo víctimas. Capella lo subraya con claridad: los antimotines soportaron agresiones durante horas sin poder responder, convertidos en herramientas políticas hasta que la orden los lanzó a escena. Su sufrimiento también fue parte del montaje que el gobierno necesitaba proyectar.
El poder no ganó dispersando la marcha, sino logrando que muchos volvieran a casa con miedo, convencidos de que protestar “no sirve”. Ese es el verdadero propósito de la autocracia pasiva: desmovilizar sin asumir el costo político de la represión abierta, debilitando la confianza en la acción colectiva.
Pero como señalan Alex y Capella, la indignación no se extingue con cohetones ni montajes. Se acumula. Cuando la ciudadanía descubre la manipulación, responde con mayor fuerza y profundidad. La próxima protesta será más grande, más organizada y más difícil de contener. Y ninguna valla bastará para detenerla.

