Juventud quieta, país en llamas: la marcha estoica de la Generación Z frente a Palacio Nacional

Juventud quieta, país en llamas: la marcha estoica de la Generación Z frente a Palacio Nacional

La plancha del Zócalo amaneció hoy convertida en un símbolo inesperado: una muralla de jóvenes inmóviles, serenos, tan firmes como si en sus plantas brotaran raíces. La Generación Z, convocada desde redes sociales para exigir justicia, seguridad y un país vivible, llegó a Palacio Nacional sin más armas que su presencia y una convicción innegociable: no retroceder.

La marcha partió a las 11:00 desde el Ángel de la Independencia y, serpenteando por Reforma, Juárez y Madero, desembocó frente a las vallas de tres metros que resguardan el edificio presidencial. Ahí comenzó otra travesía, más silenciosa pero más intensa. Entre bombas lacrimógenas, polvo de extintores y “amagos” de desalojo de la policía, los jóvenes no respondieron con gritos ni con manos levantadas. Simplemente resistieron. Inmóviles. Estoicos. Un escudo humano que resistía sin violencia.

Cada intento de dispersión era seguido por una escena insólita: los policías avanzaban unos pasos, desplazaban a los manifestantes, pero al poco tiempo los mismos jóvenes recuperaban el espacio perdido con pasos lentos y decididos, sin empujar a nadie, solo con la fuerza tranquila de quien sabe por qué está ahí. “Queremos justicia”, “Fuera Morena”, “Fuera Claudia”, “No tenemos miedo”, “Morena, entiende, México no te quiere”, se escuchaba entre el humo de bombas y gas irritante. Eran consignas que no nacían de la furia, sino del cansancio de vivir en un país que les ha fallado demasiadas veces.

El asesinato de Carlos Manzo en Uruapan el 1 de noviembre, las cifras crecientes de homicidios, la corrupción que erosiona cada institución, la falta de oportunidades: ese es el combustible del hartazgo que los trajo hasta el corazón político del país. Algunos portaban una bandera de One Piece, ondeando como un guiño pop a la rebeldía juvenil; otros la bandera nacional y los más levantaban pancartas escritas con plumón azul pidiendo revocación de mandato, no más Morena y un México sin miedo.

Pese al ambiente tenso, la movilización se mantuvo pacífica. Cuando grupos encapuchados intentaron derribar cercos metálicos, fueron los mismos jóvenes quienes se apartaron y se deslindaron, cuidando mantener su marcha sin violencia. “No somos bots ni acarreados”, repetían. Son parte de los 37 millones de mexicanos de 13 a 28 años que integran esta generación y que protestaron simultáneamente en más de 30 ciudades: Guadalajara, Monterrey, Mérida, Puebla, además de expresiones virtuales en otros países.

Frente a ese mosaico juvenil, las vallas del Zócalo —altas, frías, impasibles, que terminaron cayendo— parecían hoy menos infranqueables que la determinación de quienes las enfrentaban. Y en ese contraste, emergía una escena casi filosófica. El eco del estoicismo clásico se hacía presente: resistir lo inevitable, transformar lo necesario, dominar la propia respuesta. Epicteto habría encontrado ahí un ejemplo perfecto de virtud en la adversidad; Marco Aurelio, una prueba viva de razón y coraje en tiempos turbulentos.

Al caer la tarde, los jóvenes seguían ahí, sentados, de pie, tomados de los brazos o en silencio. No pretendían tomar el Palacio ni incendiar la ciudad. Solo querían ser escuchados. Y en su quietud desafiante, en ese acto de permanecer pese al gas, al humo y a la presión policial, dejaron una lección que resonará más allá de la jornada: en un país que se acostumbra a la violencia, a veces la fuerza más poderosa es no moverse.

Foto: Redes Sociales

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