POLÍTICA EXPRÉS | * EE.UU. y México: la línea roja del fentanilo

POLÍTICA EXPRÉS | * EE.UU. y México: la línea roja del fentanilo

La guerra contra el fentanilo está a punto de cruzar una línea que podría redefinir la relación entre México y Estados Unidos. Washington cree que el gobierno mexicano no hace lo suficiente para contener la producción y tráfico del opioide, y la paciencia política del presidente Trump parece estar llegando a su límite.

El reciente artículo del New York Times advierte que México podría convertirse en “el próximo Venezuela”, no por afinidades políticas, sino por la estrategia militar estadounidense de atacar objetivos relacionados con el narcotráfico fuera de su territorio. Las acciones en el Caribe son apenas el ensayo de una ofensiva más amplia.

Trump ha justificado los ataques a barcos venezolanos bajo el argumento de la autodefensa nacional frente a la crisis de sobredosis. Pero el verdadero flujo de fentanilo proviene de laboratorios mexicanos que procesan precursores chinos. Esa realidad empuja el foco de atención al norte del continente, donde el conflicto podría escalar peligrosamente.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha reiterado su compromiso con la cooperación bilateral, pero sin permitir intervenciones armadas extranjeras. Sin embargo, la presión crece. En Washington, tanto republicanos como demócratas coinciden en que México debe “hacer más”, y cada cifra de muertos por sobredosis en EE.UU. alimenta la narrativa de la inacción mexicana.

Trump, respaldado por un electorado que exige respuestas rápidas y contundentes, podría usar ataques “quirúrgicos” contra laboratorios o líderes del narco como gesto político antes que como solución efectiva. Bastaría un incidente mediático —un cargamento incautado o una emboscada a agentes estadounidenses— para justificar una operación unilateral.

México teme ese escenario. Un solo ataque violaría su soberanía y pondría en riesgo la cooperación económica más importante de América del Norte. Pero también evidenciaría la fragilidad de la estrategia antidrogas mexicana, basada en contención interna y en el control político del discurso más que en resultados verificables.

Si las negociaciones fracasan, Trump apostará por imponer su narrativa de fuerza. Presentará los ataques como una defensa de los estadounidenses frente a un gobierno débil incapaz de frenar a los carteles. En ese contexto, Sheinbaum quedaría atrapada entre el nacionalismo interno y la dependencia comercial con su vecino.

Las fuerzas armadas mexicanas, ya sobrecargadas por tareas civiles, no podrían responder militarmente sin provocar una crisis diplomática. Su única opción sería endurecer la cooperación con agencias estadounidenses, aunque eso implique admitir una supervisión que contradice su soberanía. Washington buscará imponer esa condición como “garantía de confianza”.

En los próximos meses veremos si la relación bilateral resiste la tentación del intervencionismo. México necesitará demostrar resultados tangibles: detenciones, extradiciones y decomisos. Si no lo hace, Trump encontrará el pretexto perfecto para convertir la “guerra contra el fentanilo” en una nueva cruzada hemisférica bajo bandera estadounidense.

El reloj diplomático corre. La pregunta no es si Estados Unidos actuará, sino cuándo decidirá que la cooperación dejó de ser suficiente. Si México no redefine su estrategia pronto, el siguiente dron que cruce el Caribe podría no detenerse en Venezuela, sino dirigirse al corazón mismo de los enclaves de los carteles mexicanos.

 

 

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