Poza Rica reeditó tragedia: autoridades y vecinos subestimaron avisos y la sirena de Pemex sonó demasiado tarde

Poza Rica reeditó tragedia: autoridades y vecinos subestimaron avisos y la sirena de Pemex sonó demasiado tarde

En la vibrante Poza Rica de octubre, los ecos de la tragedia de 1999 aún resonaban en las conversaciones de los mayores. Aquel año, lluvias torrenciales habían desbordado el río Cazones, dejando decenas de muertos y miles de damnificados. Ahora, con tormentas Priscilla y Raymond acechando, la historia parecía repetirse. Pero nadie quería creerlo del todo.

Los boletines de la Conagua comenzaron el 4 de octubre, advirtiendo de lluvias intensas y posibles desbordes. Mapas IPN satelitales mostraban nubes cargadas sobre Veracruz, pronosticando acumulaciones de hasta 250 mm. Autoridades locales, como la gobernadora Rocío Nahle, minimizaron el riesgo: “Solo un ligero desborde”, dijo en conferencia, horas antes. La burocracia priorizaba campañas políticas sobre alertas reales.

En las colonias vulnerables como Gaviotas y Hidalgo Amajac, los vecinos recordaban 1999 con temor, pero la resignación ganaba terreno. “Siempre llueve fuerte, pero pasa”, murmuraban mientras seguían su rutina diaria. Algunos evacuaron tempranamente, pero la mayoría confiaba en que las autoridades manejarían todo, ignorando los avisos en redes, radio y perifoneo local.

El 9 de octubre, la Conagua emitió pronósticos extendidos: lluvias torrenciales en el Pacífico y centro, con vientos de 90 km/h. Protección Civil estatal hizo perifoneos tímidos esa noche, pidiendo precaución. Sin embargo, no hubo evacuaciones masivas ni cierres de escuelas. Las autoridades se desentendieron del tema, subestimando quizás las advertencias meteorológicas.

La madrugada del 10, el cielo se abrió con furia. El río Cazones creció rápidamente, pero la sirena de Pemex no sonó hasta las 5:20 a.m., cuando el agua ya inundaba calles. Familias despertaron en pánico, con el nivel subiendo metros en minutos. “¡Nos inundamos!”, gritaban, pero era tarde para huir.

Colonias enteras quedaron sumergidas: autos arrastrados y casas bajo el agua y el lodo. Rescatistas voluntarios luchaban contra la corriente, salvando a niños y ancianos. Pero la falta de preparación amplificó el caos: calles inundadas, el agua corriendo con fuerza y llevándose todo lo que encontraba a su paso. Las comunicaciones cortadas. Familias clamaban por ayuda, recordando las lecciones ignoradas de aquel desastre pasado.

Autoridades federales activaron el Plan DN-III-E, pero la respuesta inicial fue reactiva, no proactiva. Miles luchaban en sus hogares y en las calles, contra el agua, esquivando basura y escombros, mientras el conteo de muertos subía a 18 en Veracruz. “Hubo avisos suficientes”, criticaban periodistas como Azucena Uresti, señalando negligencia que repetía el patrón de 1999 sin aprender.

En los albergues temporales, sobrevivientes compartían historias: “Pensamos que no sería tan grave”, admitían. La resignación crónica, mezclada con desconfianza en el gobierno, había hecho mella en la comunidad. Infraestructuras obsoletas, sin inversiones post-1999, agravaron todo. La tragedia de 2025 era un eco doloroso del pasado.

Reflexionando, expertos de la UNAM advertían: México necesita urbanismo resiliente, alertas comunitarias y coordinación real. Pero en Poza Rica, el dolor fresco recordaba que subestimar riesgos climáticos cuesta vidas. ¿Cuántas veces más se repetiría la historia antes de un cambio verdadero? La lección de 1999 seguía sin calar.

Al final, con 29 muertes (64 a nivel  nacional) y miles de desplazados, Poza Rica se reconstruye entre lamentos. La presidenta Sheinbaum, en su visita reciente, prometió apoyos, pero el escepticismo domina. La tragedia de 2025, como la de 1999, no fue solo lluvia, sino complacencia humana que ignoró las advertencias de Conagua.

Esta historia fue construida con testimonios de los afectados en redes sociales, versiones oficiales y datos investigados por Tiempo Digital.

 

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