
POLÍTICA EXPRÉS | * Pobreza y desnutrición desmienten discurso triunfalista del gobierno de Salomón Jara
Mientras el gobernador Salomón Jara presume avances históricos, la realidad oaxaqueña cuenta otra historia: uno de cada cuatro habitantes vive en pobreza extrema y niños oaxaqueños siguen muriendo por desnutrición. Detrás de la narrativa oficial de bienestar, persiste un estado con hambre estructural y desigualdad profunda.
Según el INEGI, en 2024 más de un millón de oaxaqueños —equivalente al 24.9% de la población— no lograron cubrir ni siquiera la canasta básica. Se trata de alrededor de 261 mil hogares, la mayoría en comunidades rurales e indígenas, donde los programas sociales apenas alcanzan para sobrevivir.
La desnutrición crónica, que afecta al 18-20% de los niños menores de cinco años, mantiene a Oaxaca entre los primeros lugares nacionales. En regiones como la Mixteca y la Sierra Sur, la prevalencia rebasa el 25%, reflejando un ciclo de exclusión que condena a miles a un desarrollo truncado.
En 2023 se registraron 498 muertes por desnutrición, de las cuales siete fueron de niños de entre cero y nueve años. Aunque las cifras parecen menores en comparación con otras causas de muerte, evidencian el abandono institucional. En lugar de progreso, los datos confirman una tragedia silenciosa.
A la pobreza estructural se suma la laboral: seis de cada diez oaxaqueños no ganan lo suficiente para comer dignamente. En las zonas rurales, los ingresos per cápita oscilan entre mil 800 y 2 mil 200 pesos, por debajo de los 2 mil 453 necesarios para cubrir la canasta básica urbana, según el INEGI.
La inflación alimentaria del 4.1% en 2025 ha encarecido los productos básicos, agravando la inseguridad alimentaria. En municipios como Santiago Juxtlahuaca o San Miguel Soyaltepec, los niveles de desnutrición crónica superan el promedio estatal, golpeando con mayor fuerza a las comunidades indígenas.
Aunque el gobierno estatal presume programas sociales exitosos, de manufactura federal, lo real es que su impacto es limitado. Han reducido la pobreza extrema en apenas 4-5% desde 2020 y solo cubren un bajo porcentaje de quienes requieren atención nutricional, según la propia Secretaría de Salud.
A ello se suma una paradoja: la llamada doble carga nutricional. Mientras miles padecen hambre, el 35-40% de los niños presentan sobrepeso por dietas baratas y carentes de nutrientes. El acceso desigual a alimentos procesados y la falta de educación alimentaria agravan el problema.
La ruralidad de Oaxaca, donde vive el 60% de la población, sigue siendo un obstáculo para acceder a agua potable y servicios médicos. En comunidades zapotecas y mixtecas, la inseguridad alimentaria severa afecta a más del 30% de los hogares, perpetuando un círculo vicioso de pobreza y desnutrición.
Así, sin estrategias integrales, la crisis continuará. No bastan discursos triunfalistas ni canastas básicas de emergencia. Oaxaca necesita inversión real en salud, educación, empleo y nutrición infantil. Mientras el 25% de la población no pueda comer tres veces al día, las palabras “primavera oaxaqueña” y “bienestar” serán solo propaganda.