POLÍTICA EXPRES | * El ojo invisible del Estado: cuando la red que te conecta también te observa

POLÍTICA EXPRES | * El ojo invisible del Estado: cuando la red que te conecta también te observa

Los avances tecnológicos en redes Wi-Fi y telefonía celular han alcanzado un punto sorprendente: ahora pueden detectar la presencia de personas, sus movimientos e incluso sus gestos, sin necesidad de cámaras. Un logro científico impresionante, pero también una amenaza silenciosa para la privacidad de millones de usuarios.

Científicos del MIT demostraron que las ondas de Wi-Fi pueden rebotar en los cuerpos humanos y regresar alteradas, permitiendo a la inteligencia artificial reconstruir siluetas tridimensionales con notable precisión. Este descubrimiento abre la puerta a nuevas aplicaciones médicas, de seguridad y asistencia, pero también al riesgo de vigilancia constante.

Las señales inalámbricas, tanto de Wi-Fi como de red celular, pueden actuar como radares invisibles. Detectan la presencia, posición y hasta el ritmo cardíaco de una persona mediante el análisis de las perturbaciones en la señal. Es decir, tu propia conexión podría saber dónde estás y qué haces, incluso tras paredes.

Si bien estas tecnologías podrían salvar vidas —por ejemplo, monitoreando a ancianos que viven solos o pacientes con enfermedades—, también pueden ser usadas con fines de control o espionaje. La línea entre la utilidad y el abuso es delgada, especialmente en manos de gobiernos o corporaciones con poder tecnológico.

La paradoja es inquietante: cuanto más conectados estamos, más observables nos volvemos. Cada router, cada antena, cada dispositivo conectado crea una red de rastreo que podría convertir cualquier hogar en un espacio monitoreado sin consentimiento. La privacidad física podría volverse una ilusión del pasado.

En teoría, el espionaje o la vigilancia solo deberían realizarse bajo orden judicial. Sin embargo, la historia demuestra que la tecnología de vigilancia suele usarse sin transparencia ni control. Los programas de espionaje masivo, como los revelados por Edward Snowden, son un recordatorio de ese riesgo latente.

El peligro no está en la tecnología, sino en quién la controla. Las agencias gubernamentales podrían usar estos sistemas para rastrear opositores o periodistas. Las empresas, para perfilar comportamientos o monitorear empleados. Todo sin cámaras, sin micrófonos, solo mediante las ondas que nos rodean.

La tecnología Wi-Fi y 5G, que prometía conectarnos con el mundo, también ha dotado al Estado y a las corporaciones de un poder sin precedentes para observar. Es un ojo invisible, omnipresente, que no necesita mirar para ver. Una nueva forma de vigilancia, disfrazada de progreso.

Quizá este sea el verdadero rostro del siglo XXI: un mundo hiperconectado, donde la comodidad tecnológica se intercambia por fragmentos de intimidad. Donde las paredes ya no protegen y la red, en lugar de liberarnos, se convierte en una extensión del control institucional.

Si el derecho a la privacidad no evoluciona al mismo ritmo que la tecnología, pronto no habrá espacios verdaderamente privados. La red que te conecta será también la que te vigila. Y el hogar, ese refugio íntimo del ser humano, podría volverse el escenario más observable del planeta.

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