Oaxaca se viste de altares y cempasúchil: la fiesta de Muertos une amor, memoria, sabores, fe y tradiciones

Oaxaca se viste de altares y cempasúchil: la fiesta de Muertos une amor, memoria, sabores, fe y tradiciones

En Oaxaca, el aire de octubre huele a copal, a pan de muerto recién horneado y a flor de cempasúchil. Las calles se llenan de color y de memoria, porque en esta tierra casi el 95% de las familias coloca un altar para recibir a sus difuntos.

En cada rincón del estado, desde los Valles Centrales hasta la Sierra Norte, el Día de Muertos no es una fecha: es una manera de vivir y recordar. Los altares, reconocidos por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, son el corazón de esta tradición ancestral.

Las familias los preparan con esmero, colocando velas para iluminar el camino de las almas, agua para calmar su sed, sal para purificar, pan de muerto, frutas, mole negro y mezcal. Cada elemento tiene un significado, y cada altar es un mensaje de amor hacia quienes ya partieron.

Aunque no existen cifras oficiales recientes, antropólogos y autoridades culturales coinciden en que en Oaxaca la costumbre es prácticamente universal. En pueblos zapotecos y mixtecos, levantar el altar no es una opción, sino una obligación moral y espiritual que fortalece los lazos familiares.

En la ciudad de Oaxaca de Juárez, la tradición convive con el turismo. Los altares aparecen en hoteles, restaurantes y plazas como la Alameda de León o el Zócalo, donde visitantes nacionales y extranjeros se maravillan ante la mezcla de solemnidad y color.

En las comunidades rurales, la celebración conserva su esencia más íntima. En Teotitlán del Valle o Yalálag, por ejemplo, los altares se levantan colectivamente: cada familia aporta flores, copal o alimentos, y el costo se reparte entre todos. La fiesta es comunitaria, no comercial.

Pero montar un altar también implica un gasto considerable. Según comerciantes y vendedores de flores, frutas y otros insumos necesarios para el altar, que se venden en diversos mercados de Oaxaca capital y en prácticamente todos los municipios oaxaqueños, el costo promedio de una ofrenda tradicional en 2025 ronda los 2 mil 135 pesos, aunque el costo puede variar según el lugar y el tipo de altar.

Un altar austero, con lo básico —agua, mezcal, pan y velas— cuesta entre 800 y mil 200 pesos. Es el que predomina en los hogares más humildes, donde lo importante no es la abundancia, sino el gesto de recordar. En esos altares, el amor sustituye a los adornos caros.

El altar tradicional, el más común, cuesta entre mil 500 y 2 mil 500 pesos. Incluye mole negro o tamales, frutas de temporada, mezcal o chocolate y flores frescas. En los Valles Centrales, los mercados se llenan de familias que buscan las mejores cañas, tejocotes y cempasúchiles para adornar las ofrendas.

Los altares más elaborados, los que compiten en concursos o adornan espacios públicos, pueden superar los 5 mil pesos, o más. Incorporan papel picado artesanal, manteles bordados y calaveras de azúcar personalizadas. En la capital, la demanda turística encarece los precios hasta un 30%.

En cambio, en las zonas rurales los costos bajan porque muchas familias cultivan sus propios insumos: flores, frutas, incluso el maíz para los tamales. En pueblos como Miahuatlán o San Antonino Castillo Velasco, las mujeres elaboran los adornos con palma, tela o papel reciclado.

Los mercados oaxaqueños se convierten en un espectáculo de aromas y colores. En el Mercado de Abasto, el kilo de cempasúchil puede encontrarse desde 50 pesos, mientras las velas alcanzan los 250. El pan de muerto se vende desde 20 pesos y el copal, desde 50 por paquete.

La inflación también ha golpeado la tradición: el pan de muerto subió más del 20% respecto al año pasado, y el mole negro, orgullo culinario oaxaqueño, cuesta entre 300 a 400 pesos por kilo. Aun así, nadie se atreve a dejar sin altar a sus muertos.

 

Para muchos, la ofrenda no es un gasto, sino una inversión espiritual. “Ellos nos visitan una vez al año, ¿cómo no recibirlos con lo mejor?”, dice doña María, una artesana de Mitla que guarda cada año las fotos, manteles y velas para reutilizarlas en la siguiente celebración.

Así, entre el humo del copal y las notas de un son istmeño, Oaxaca revive la memoria. Los vivos conviven con los muertos en una de las expresiones más profundas del alma mexicana. Porque aquí, donde casi todos ponen altar, la muerte no asusta: se celebra con amor y flores.

Fotos: El País, Gary Karolli, Joaquín Galván y RR.SS

 

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