
Juchitán, entre el crimen y la impunidad: ni la “Operación Sable” logra frenar su violencia cotidiana
En Juchitán de Zaragoza, el bullicio del mercado, los colores de los trajes regionales y el orgullo zapoteca contrastan con un miedo latente. A pesar de la “Operación Sable”, coordinada por fuerzas federales y estatales, esta ciudad del Istmo de Tehuantepec sigue siendo la más peligrosa de Oaxaca, donde la vida cotidiana se mezcla con la violencia.
Reportes del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública indican que Juchitán encabeza en 2025 la lista de municipios más violentos del estado de Oaxaca. La tasa de homicidios dolosos —unos 40 a 50 por cada 100 mil habitantes— triplica el promedio estatal. Las balaceras son parte del paisaje urbano.
Las cifras son frías, pero detrás de ellas hay una historia de descomposición social. Jóvenes que deberían estar estudiando o trabajando son reclutados por bandas que operan en colonias marginadas. En los muros de las casas se leen mensajes de advertencia para grupos rivales. La ciudad está repartida entre células o franquicias de diversos carteles que operan en el Istmo.
Juchitán tiene una población cercana a los 113 mil habitantes. Es un municipio de raíces profundas, de mujeres poderosas y tradiciones festivas. Pero esa misma estructura comunitaria, fragmentada por la pobreza y el desempleo, ha sido aprovechada por grupos delictivos que controlan el territorio.
Las bandas del “Comandante Cromo” y “Chico Bala” dominan el escenario criminal. Antes fueron “Los Terán”, cuyos integrantes están muertos o en prisión. Extorsionan a mototaxistas, comerciantes y transportistas, mientras los enfrentamientos por el control del narcomenudeo dejan muertos en calles y bares. En septiembre de 2025 se registraron ejecuciones casi diarias.
El “cobro de piso” se ha normalizado. Muchos comerciantes pagan para seguir trabajando; otros cierran y emigran. La economía informal es la más afectada: los mototaxistas son blanco frecuente de amenazas. En los últimos meses, varios han sido asesinados por negarse a pagar cuotas.
Los homicidios, el delito más común, ocurren en más del 90% de los casos con arma de fuego. Las víctimas son principalmente hombres jóvenes, aunque también hay mujeres y menores de edad. El miedo se ha vuelto parte de la rutina: nadie se sorprende al oír disparos por la noche.
A pesar de operativos conjuntos de la Guardia Nacional y la Fiscalía de Oaxaca, la violencia no disminuye. En junio de 2025, la captura de 37 presuntos delincuentes provocó represalias: incendios en tiendas Oxxo, tiroteos en la zona centro y ataques a elementos policiacos.
La infiltración institucional agrava el problema. En junio se descubrió que seis policías municipales colaboraban con delincuentes, transmitiendo imágenes del sistema de videovigilancia C2. La desconfianza en la autoridad es total: muchos ciudadanos prefieren callar antes que denunciar.
El Istmo de Tehuantepec es un corredor estratégico para el tráfico de migrantes, drogas y armas. Su ubicación convierte a Juchitán en una plaza codiciada. Los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación han extendido su influencia mediante células locales, que operan con total autonomía.
Los operativos policiales se anuncian con despliegues espectaculares: decenas de uniformados, helicópteros y vehículos blindados. Pero una vez que se retiran, la calma se disuelve. Los sicarios regresan y las comunidades vuelven a quedar atrapadas entre el miedo y la resignación.
La pobreza estructural es un combustible constante. Con pocas oportunidades laborales y una fuerte migración hacia Estados Unidos, muchos jóvenes ven en las bandas una forma rápida de ganar dinero y respeto.
La subcultura delictiva ha penetrado el tejido social. En fiestas y bares, la narcocultura impone su estética: vehículos sospechosos, música de corridos y armas como símbolos de poder. En redes sociales, algunos jóvenes presumen pertenecer a grupos armados, desdibujando la línea entre admiración y miedo.
Mientras tanto, las madres de las víctimas recorren ministerios y fiscalías sin respuestas. “Mi hijo no era delincuente, solo salió a trabajar”, dice entre lágrimas una mujer que busca justicia desde 2023. En Juchitán, la impunidad duele tanto como las balas que se oyen cada semana.
Juchitán sigue resistiendo entre la violencia y la esperanza. Sus mujeres continúan organizando fiestas patronales, los artesanos venden en los mercados y los niños van a la escuela escoltados por la fe de sus padres. Pero bajo esa aparente normalidad, persiste una herida abierta que aún no cicatriza.